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jueves, 29 de mayo de 2008

Tratantes de mercadería taurina

No veo toros por televisión. Sin color, sin olor, sin ambiente, con la realización centrada en la figura de toro y torero como únicos protagonistas, el espectáculo se convierte en un aburrido desfile de modelos prefabricados que monótonamente repiten naturales de trazo más o menos limpios en función del oponente. De espaldas todos son el mismo. Con la muleta en la mano no sabes quién es quién. Hay excepciones, claro está, El Fandi es el Fandi, en Madrid, en Peraleda del Zaucejo o esquiando en Sierra Nevada. Sobre este escenario actúa la televisión colocando entre realidad y comodidad su extraño tamiz. Terminamos viendo una corrida de toros con la misma indiferencia que vemos, a la hora de comer, los desastres del mundo que nos sirven de postre.

Si no veo las corridas por la tele, imagínense una de caballos, que ni siquiera voy a la plaza. Pero el caso es que el domingo, mientras me tomaba mi revitalizante colacao de por las tardes, enchufé el aparato receptor. Antes que ver la película de Antena 3 basada en hechos reales opté por ver a los caballitos el rato que dura el tentempié. Canal Sur retransmitía una de rejones desde Osuna. Lo que allí se vio no tiene nombre. Había caído agua a punta de pala y el ruedo estaba impracticable a juicio de Andy Cartagena. Joao Moura hijo y Leonardo Hernández tenían dudas. Mientras intentaban ponerse de acuerdo, en el centro del ruedo comenzó a arremolinarse una marabunta de apoderados, subalternos, areneros, masajistas de los caballos, conductores de camiones de caballos, guardias civiles, varios marines de los Estados Unidos, Naranjito, la gallina Caponata y una intrépida reportera del programa haciendo preguntas absurdas a todo aquel que tenía nariz en la cara. Acto seguido, su jefe matizaba las ocurrencias con sus famosos aspavientos y muecas.

Crecida la guapa reportera, en un alarde celestinesco, intentó, con las cámaras de testigo, como ojos de Gran Hermano, que presidente y rejoneadores llegaran a un acuerdo para torear. En tanto, su jefe la seguía animando a escudriñar en los cubos de basura para ver si de allí se podía encontrar alguna factura que acusara a algún taurino de comprar Hemoal. Lo íntimo se manoseó. Lo privado se lanzó al viento sin rubor. Y nadie decía nada. Me pareció una falta de respeto a quienes se sientan en su sagrada cátedra de cemento o en su confortable sillón. ¿Por qué? Sencillamente porque el público, de toda la vida, es dueño y señor del cotarro. Es la asamblea plenaria que premia o castiga , alejada por completo de las inmundicias de los tratantes de mercadería taurina. A ellos se les faltó, in situ, por el espectáculo de intereses que públicamente les fue mostrado en un recinto donde todo lo que se haga hubiera de estar santificado, y a los telespectadores, además de eso, se les metió de lleno en la podredumbre del sistema.

Reconozco que el programa semanal que los mismos actores hacen es muy útil, pero para Alemania. Semana tras semana inciden en la misma falta de respeto a la inteligencia: "¿Veis cómo lleva la muleta planchada?" Mire usted, que no somos tontos. No trate al personal como a ceporros. Dígale esas perogrulleces a turistas de ojos azules y rubios como el sol, que aquí, quien más o quien menos sabe lo que es un par de banderillas.

Agustín Jurado

Fuente: El Día de Córdoba